who wants blood?
30 años cumple la revista de culto de nombre Fangoria. Publicación que abastece a todos aquellos que desean encontrar lo más violento, sangriento, asqueroso en el cine actual, pasado y futuro, Fangoria tiene un legado de historia por demás fabuloso. El gore es su bandera y a veces tiene la tarea de documentar y de una forma sorprender con una cinta nueva cada mes. Todos poseemos un lado oscuro, que por reglas sociales se considera malo, negativo y por tal hay que mantenerlo oculto, controlado y sometido.La violencia es parte de la naturaleza del hombre, eso significa que hay que satisfacerla, de una forma u otra.
Mi fascinación por este género me llevo a revisar películas que disfrute de una forma u otra. Al género es difícil resistírsele y más que quejarse de lo que se perdió, mejor aprovechar para guardar lo que se aprendió.
Con mercadotecnia fallida, se estrenaba hace un par de semanas ese ejercicio en 3-D llamado My Bloody Valentine 3-D (Lussier, 2009) cuya tecnología, aunque no demostraba tener nada de original, activaba cuando menos a la curiosidad. El ejercicio había funcionado relativamente con Beowulf (Zemeckis, 2007) y al parecer la idea se sostenía en la melancolía de viejas cintas de horror/slasher que podían verse en los auto-cinemas. Por fortuna, la cinta no se toma nada en serio, ni su premisa, ni las motivaciones, ni sus contradicciones. Lo importante es asechar a los acartonados personajes con la imponente figura de un disfrazado minero y su brutal pico, sus poco preparados (pero aún sádicos) métodos para asesinarlos y la cantidad de sangre, desmembramientos y tripas que, supone la técnica, saldrán literalmente de la pantalla dirigiéndose a cada espectador. Por desgracia, la cinta es demasiado inocente, ridícula, y enorme en sus incoherencias. Porque una cosa es que no se estime como pretenciosa y otra muy diferente es que no presente ni la más mínima ambición. Recorre una y otra vez un mismo círculo conocido y hasta explicado para permanecer todo el tiempo estancada, de tal suerte que su supuesta innovación (el formato en tercera dimensión) le estorba. Mucho menos tedio y más reacción hubiera sido favorable en un ejercicio que cuando menos había asegurado la presencia de los aficionados a este tipo de cintas que, generalmente, toleran mucho de las torpezas que la propia historia presenta. De ahí la distancia que se siente en que nadie (ni los mismos creadores quiero suponer) compra ese final tan épicamente absurdo, inexplicable y, por supuesto, injustificable. Sin embargo, eso sí, cumple con ser entretenida y bastante sangrienta.
Pero la aventura (que se convertiría en tortura) no terminaba ahí. Si, todos somos muchas veces incoherentes. En ese sentido, fui, una vez más, contra mis principios y entré a ver una cinta que figura en sus créditos a Mr. Bay. Michael Bay, esa mutación/experimento fallido ideado por un Bruckheimer (aunque ahora lo rechace) y un Simpson (no Homero, sino el fallecido Don)
Uno como amante al género tiene que, casi por obligación, manifestar por lo menos un respeto por las leyendas del cine slasher/gore. De entre esos (Pinhead, Krueger, Myers) hay dos que se encuentran en los peldaños más altos. El inhumano Leatherface (salido de la estupenda Texas Chainsaw Massacre) y la mean machine por excelencia, Jason Vorhees, uno de los animales más viles y destructivos mostrados en pantalla. El infumable e infame remake de Friday the 13th (Nispel, 2009) no puede considerarse como reinvención, reinterpretación o reelaboración. Bay y compañía tomaron lo que creyeron mejores momentos (o si se quiere, los más explicativos) de las cuatro primeras cintas, se inventaron una historia con calzador involucrando modelitos corriendo, gritando y escapando del temible asesino y en el camino, olvidaron lo más básico y elemental de la legendaria creación de Victor Miller. El ejemplo: Un personaje busca a su amigo, entra a un cuarto totalmente solo, en el cual, sin importar la razón, figura todo tipo de instrumento imaginado para asesinar y torturar: cuchillos, sierras eléctricas, cadenas, ganchos, hachas, picos, machetes, sopletes, chacos, misiles, un sable laser. Jason aparece de las sombras y ataca. La victima logra forcejear (¿?) con el gigantesco hombre, para después ahogarse en su grito, cuando un “clavito” se le ensarta en el cuello. Un clavito. No el sable laser, un clavito. Ah, porque en el universo Bay, la violencia viene de los desnudos gratuitos, carentes de erotismo. Y de una extraña forma, todos mueren, nadie sangra, solo pelan los ojos.
Jason Vorhees es a prueba de muchas cosas, en especial de su propia parodia.La saga nunca ha sido la más interesante, ni la más innovadora. Incluso, para muchos, es la más ridícula, con el personaje reviviendo por telepatía, en el espacio, invocado por Freddy Krueger y demás linduras que lo acercan a la risa involuntaria. Y a pesar de eso, la figura del asesino y su mascara de hockey permanece en el colectivo, como elemento vital de la cultura. Una verdadera lástima que ni siquiera Jason (como tampoco Leatherface) pudo sobrevivir a la garra del (ese sí, real) temible Mr. Bay. Ya no es ridículo, es increíblemente aburrido. El pánico se apodera de uno cuando se anuncia la secuela de esta cinta, desde ya, una de las peores del año.
Y la necesidad del gore no moría. La consecuencia de sobrevivir (a medias) una cinta más de Mr. Bay tendría que ser correr a rezar. Buscarse otra ocupación y retirarse con lágrimas en los ojos del cine, como espectador, permanentemente. Me niego a aprender. Pocos días después, el FICCO proyectaba una cinta francesa, muy mencionada, aparentemente de alto calibre y, desde luego, excesivamente sangrienta. El festival del año anterior me había introducido esa obra mayor llamada Inside (Bustillo, Maury, 2007) también de manufactura francesa.
En el fanatismo no hay objetividad y con esa limitada información, ya quería verla de inmediato. La cinta, de nombre Martyrs (Laugier, 2008) ocupa la portada de este mes de la Fangoria y su famoso “fangoria’s seal of aproval” (que nunca ha garantizado nada, pero al menos tiene cierto peso a la hora de seleccionar un título) La historia narra el traumatismo de Lucie, una niña que fue secuestrada, torturada y concentrada en las peores condiciones humanas, así como las consecuencias de su escapatoria. Rescatada y tratada en un hogar para niños con antecedentes de abusos, la joven forja una amistad con Anna (también con su historia) quien por empatía la acompaña en toda su travesía de venganza contra los responsables de su vivencia. Lucie no solo batalla contra sus recuerdos y traumas, también con las apariciones de una figura monstruosa, imaginaria o no, que la lastima físicamente. Muy pronto y sin aviso, Lucie logra su venganza ante el cuestionamiento de Anna quien finalmente será la que pague las consecuencias de su actitud leal pero pasiva.
Una cinta debería calificarse por todos sus elementos y en ese sentido Martyrs tiene muchos elementos notables y destacados. Una historia extrema que no duda en mostrar crudamente acciones y atrevimientos, lecturas sobre la capacidad del ser humano para arrastrar a quien se le interponga en su objetivo y sobre la incapacidad de entender, respaldar y ayudar a un amigo. Los guiños terroríficos (encarnados en esa figura que Lucie escucha y observa) llevados con plenitud y mucha solvencia, la astucia para justificar cada antecedente y el frenetismo con el que se llega al segundo acto son verdaderamente plausibles. Al momento en que Anna nos lleva de la mano a una revelación muy audaz, uno levanta todas las expectativas y espera atentamente el siguiente movimiento. Y si la intención era sorprender, indudablemente lo logra. Si se trataba de maltratar al espectador y dejarlo debilitado, también ha acertado. Pero lo que jamás logra es retener la atención que había ganado y acaba, mas que nada, por aburrir entre tanta repetición. No pienso revelar nada, aunque sea difícil volver a verla en las pantallas del país, pero su último acto carece de emoción, de un clímax y por tal, carece de interés. Para ejemplificarlo mejor, lo que parecía mucho más interesante y completo termina por convertirse en una versión SIN ninguna censura de Hostel (Roth, 2005) y para acabarla, mal hecha.
No le puedo quitar muchos méritos, francamente es una cinta diferente, con muchas aspiraciones y un concepto llevado al límite. Se agradece el intento y se respeta por eso, pero la sensación es frustrante debido a lo que ya había concretado, lo que queda es creer que en un momento, los creadores ya no supieron que hacer con lo que tenían en las manos, se saturaron y optaron por rellanar la historia con el morbo, sensación que se debe manejar con extremo cuidado. Eso sí, la Fangoria tiene razón, se necesita muchísima tolerancia para resistir ese último acto, casi invita a desconectarse de lo que se muestra en pantalla.
Sin duda, de las tres, Martyrs fue el mejor recorrido. Pero tampoco es decir mucho. Tengo que admitir que esa sed de violencia y gore no pudo satisfacerse por completo. Creo que nunca quedará del todo satisfecha, por decisión propia debo decir. Eso de “vuelve a los clásicos” siempre me ha parecido manipulador y desinteresado. Volver a los clásicos me sonaba (mi malinterpretación) como esa frase del pasado siempre fue mejor. Evidentemente lo entendí todo mal. No dejaré de revisar cada nueva cinta similar que se presente. Sin embargo, en cuanto la aventura terminó, lo único que quería era revisar una vez más el clásico de Romero, Dawn of the Dead (1978) Y al hacerlo, de nuevo todo parece novedoso. Ojala esa sea la interpretación que el espectador le da. Que le haya generado la necesidad de revisar esos clásicos. Digo, por algo lo son.